Por Joaquín Cámara

 

El duelo por muerte es el proceso psicológico que se inicia tras la pérdida de un ser querido. Justo en el momento en el que muere, nuestro mundo se para, la atención deja de estar en el exterior y mira hacia dentro, y todo se oscurece, todo se llena de dolor hasta el punto en que la vida pierde cualquier sentido. Nos quedamos inmóviles, no sabemos qué hacer, ni qué decir, ni qué pensar. Todo se para de golpe y se mueve rápido a la vez.

Este proceso de duelo surge con la finalidad de ayudarnos a continuar, de adaptarnos a una nueva vida en la que nuestro ser querido ya no está. Se llama «proceso», porque requerirá tiempo, porque habrá que transitar el camino que acaba de abrirse ante nosotros; y se llama «duelo» porque duele, algo que parece evidente pero que no siempre se tiene presente. Este proceso, este camino, lo recorreremos hasta que podamos volver a estructurar nuestra vida sin esa persona de un modo saludable; no la olvidamos, la seguimos amando, pero podemos continuar.

Las etapas y las tareas del duelo

Como hemos comentado, el proceso de duelo es un camino que recorremos. Un camino obligatorio, que no hemos escogido, pero por el que vamos a tener que transitar durante un largo periodo de tiempo.

Para alguien que está atravesando esta experiencia, es muy posible que las definiciones no les sirvan de nada; sin embargo, es necesario tenerlas presentes para conocer el camino que se recorre, para tener una especie de mapa que nos ayude a entender parte de lo que nos está sucediendo en nuestro interior, para descubrir que los que nos está sucediendo es normal, es parte del camino.

Hay varias etapas que se atraviesan durante un duelo; no tienen por qué darse en este orden, ni de manera definida (pueden darse varias a la vez) pero sí es frecuente que se pase por todas ellas. Siguiendo el modelo de la psiquiatra E. Kübler-Ross, serían estas:

 

  • Negación. Suele corresponderse con la primera fase, el inicio del duelo: “esto no puede estar pasando”, “no es posible”, “tiene que ser un error”. 

  • Ira. Una emoción que suele ir acompañada de un fuerte sentimiento de injusticia. La ira puede ir enfocada a uno mismo, a la persona que ha muerto e incluso generalizarse hacia cualquier persona. Esta fase puede estar acompañada de otras emociones ocultas, como la culpa a uno mismo o a la persona que ha muerto o la envidia hacia personas que tienen lo que nosotros ya no tenemos (una pareja, un hijo, etc.) 

  • Negociación. Esta fase sucede, especialmente, cuando la persona todavía no ha fallecido. Es entonces cuando negociamos con un dios, o con la vida misma, para que le permita vivir un tiempo más a cambio de algo. Esta tercera etapa involucra la esperanza de que la persona puede de alguna manera posponer o retrasar la muerte o situación dolorosa. 

  • Depresión. Esta es, posiblemente, la fase más larga del proceso. La persona que está sufriendo la pérdida empieza a darse cuenta de la irreversibilidad de la muerte, de manera que se deprime, retrayéndose de su entorno, pasando mucho tiempo llorando, recordando y lamentando todo lo sucedido. Como hemos dicho anteriormente, es muy posible que en esta fase sigan apareciendo fases anteriores, como la ira o la culpa 

  • Aceptación. Es la última fase del proceso de duelo. Entendemos ya que nuestro ser querido se ha marchado, que no hay posibilidad de que vuelva y que para poder continuar nuestra vida es necesario aceptar lo que ha pasado. Aceptar no significa estar de acuerdo, ni olvidar. Sencillamente, entendemos que esto es así y no puede ser de otro modo. Llegados aquí, comenzamos a adaptarnos nuevamente a la vida.

 

Desde hace unos años, muchos psicólogos han hecho hincapié en que, más que hablar de “fases”, deberíamos hablar de “tareas”. Es cierto que el duelo va superándose poco a poco gracias a una serie de tareas que realizamos de un modo consciente o inconsciente, de manera que no es algo estático, sino un proceso de aprendizaje y evolución. Creo que estas dos maneras de entender el proceso son perfectamente complementarias, pues tenemos unas fases que atravesar y unas tareas a elaborar. Siguiendo el modelo de J.W. Worden, las tareas serían estas:

  • Aceptar la realidad de la pérdida. No sólo de un modo intelectual, sino también emocional. Para ello, resulta muy positivo hablar sobre las circunstancias de la muerte, participar en rituales como el funeral o visitar el lugar en el que está enterrado. Esto nos ayuda a entender que la persona ha muerto, que ya no está físicamente aquí. Profundizar de manera saludable en una perspectiva espiritual de la muerte no será contradictorio, pero aceptando primero que la muerte física es un hecho irreversible.

  • Trabajar las emociones y el dolor de la pérdida. Dejándonos libertad para sentir, conectar y expresar las emociones que estamos experimentando, tanto a solar como con nuestro grupo familiar o social durante un tiempo limitado.

  • Adaptarse a un medio en el que el fallecido está ausente. En esta tarea tenemos que reestructurar nuestra vida de forma diferente a como era hasta ahora. Cuando una persona muere, se lleva consigo todos los roles que desempeñaba, así como los roles que el superviviente desempeñaba con él, de ahí que haya que adaptarse a vivir sin unos roles y a adquirir roles que no se tenían, desarrollando nuevas habilidades 

  • Recolocar emocionalmente al fallecido. La última tarea consiste en encontrar un lugar en nuestra nueva vida donde podamos situar a nuestro ser querido fallecido de una manera saludable.

Estas son las etapas y las tareas que abordamos a lo largo de nuestro recorrido por el camino del duelo. Es perfectamente normal que cuando nos encontramos sumergidos en esta situación, el camino esté oscuro y no nos sintamos capaces de continuar adelante o de entender las fases y tareas que vendrán una vez superemos y elaboremos la que estamos viviendo. No pasa nada. Es fundamental darse tiempo, ser amable con uno mismo y darse permiso para vivir todo esto en el tiempo que cada uno necesite.

 

 

Problemas frecuentes durante el proceso de duelo

Hay muchos problemas o cuestiones que surgen durante la elaboración del duelo; sin embargo, aquí me gustaría abordar algunos de los cuales he encontrado poca o ninguna información pero que he visto surgir con frecuencia durante las sesiones con mis pacientes.

 

  • El miedo al olvido. Uno de los miedos más frecuentes que encuentro a mis pacientes es el miedo a olvidar a la persona fallecida. Con el paso del tiempo, hay aspectos que la mente va olvidando, como la voz que tenía, sus expresiones, su olor e incluso su cara. Esto hace que los pacientes sientan varias emociones negativas que no saben gestionar y que les ocasionan problemas.El hecho de olvidar estos aspectos no implica el olvido, en absoluto. Es normal que ante la falta de los estímulos (la voz, la cara), la mente vaya perdiendo algunos de estos patrones; sin embargo, la esencia del ser querido, lo que realmente vivimos y sentimos con él, lo que era realmente, no se va nunca, no se olvida. De hecho, ya hemos visto que la cuarta tarea del duelo es recolocar a nuestro ser querido en nuestra vida cotidiana, de manera que no sólo no se olvida, sino que se recoloca perfectamente y de un modo positivo en nuestro interior.

 

  • La falta de apoyo o comprensión social Nuestra sociedad no ha sido educada para abordar de una manera saludable la muerte; de hecho, la muerte está completamente oculta en nuestra cultura. Esto nos hace verla como algo lejano o directamente inexistente; por tanto, cuando la muerte aparece en nuestra vida o en la de alguien cercano, no sabemos cómo enfrentarnos a esta situación. La persona que está en proceso de duelo puede entonces sentir una falta de empatía, de comprensión o de apoyo a su alrededor. El entorno social o familiar puede sentirse incómodo al hablar de este tema, no sabiendo cómo tratar a la persona doliente. Es entonces cuando se producen frases o consejos desafortunados como “ahora ya no sufre”, “lo que tienes que hacer es salir más”, “por mucho que llores no vas a conseguir nada”, “tienes que pasar página”, etc. Pero, en realidad, no suele tratarse de que no quieran prestarnos su apoyo, sino que sencillamente no saben cómo hacerlo, cómo acercarse. Esto, unido a la sensación de soledad que la persona en duelo tiene, hace que se sienta aún más aislada, sin expresar sus emociones o sin poder hablar de lo sucedido, lo que entorpece la primera tarea de duelo. Si entendemos que es torpeza y no falta de interés por nuestro dolor, la perspectiva cambia. Podemos entonces pedirles aquello que necesitamos, con una mayor asertividad. Explicarles que necesitamos hablar o expresarnos, y que no es necesario que ellos nos aconsejen ni digan nada, sólo que nos escuchen. Es sorprendente como sólo con pedirlo, hay mucha gente a nuestro alrededor dispuesta a ayudarnos de este modo. Pero también existe la posibilidad de que no estén dispuestos a enfrentarse a esto, por lo que entonces debemos buscar otras alternativas, tales como la psicoterapia individual o de grupo con personas en nuestra misma situación.

 

 

Perspectiva psicoespiritual en el proceso de duelo

Una gran parte del problema a la hora de enfrentar el duelo es la falta de sentido que la muerte tiene. Desde un punto de vista puramente físico, hay muertes que se escapan a la comprensión y que no sabemos cómo entender.

La terapia psicológica convencional se centra en trabajar el duelo desde la parte más cognitiva, profundizando en los pensamientos y emociones que se atraviesan, así como ayudando al doliente en las diferentes tareas de las que hemos hablado. Dependiendo de cada persona, para unos esto puede ser suficiente para recorrer el camino. Sin embargo, hay otros que necesitan una perspectiva más amplia, un conocimiento más profundo de la existencia y una explicación que ayude a entender el sentido de la muerte. Es, en estos casos, donde se hace necesaria una terapia psicoespiritual.

La terapia psicoespiritual que realizamos en Triom aborda, en su vertiente psicológica, todas las fases y tareas del duelo descritas anteriormente, mientras que en su parte espiritual amplía el sentido de esta experiencia al abarcar la parte espiritual del ser humano, donde radica el verdadero sentido de los acontecimientos y puede lograrse una comprensión profunda.

 

 

Las ganancias del duelo

Para quienes están atravesando un proceso de duelo, hablar de ganancias puede resultarles incluso ofensivo. Sin embargo, la realidad es que todas las experiencias dolorosas, y especialmente el duelo por la muerte de un ser querido, darán como resultado una mayor evolución personal. Tras terminar el proceso, se ha aprendido mucho de uno mismo, de su fortaleza y valores, de la sociedad e incluso del sentido intrínseco de la vida, ya sea a nivel únicamente cognitivo o más amplio, si se ha seguido un marco psicoespiritual. Muchos pacientes hablan de un aumento de empatía, de seguridad ante los nuevos problemas vitales e incluso de una serenidad interior. También se genera una mayor libertad al haberse hecho conscientes de sus pensamientos y emociones, que hasta ahora funcionaban en segundo plano y los arrastraban a diario, así como el haber podido desprenderse de roles no deseados y haber adquirido un modo de vida diferente.

Sea lo que sea que aprendas, el duelo marca el final de una etapa y la llegada de la siguiente, la cual puede ya experimentarse con otra perspectiva, con un mayor conocimiento personal y vital y donde descubrimos que el dolor, una vez entendido, se convierte en un gran maestro; no un buen maestro ni uno malo, sino en el maestro que necesitábamos en este momento para avanzar.

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